Hoy es uno de esos días en los que más valdría no haberse levantado. Un momento… ¡eso fué ayer! O sea, que debería llevar en la cama desde hace unas 30 o 40 horas. Ayer salí de casa con el móvil descargado; me dí cuenta cuando salía del ascensor pero pensé, qué le voy a hacer, tampoco es para tanto. Había un par de llamadas que tenían que llegar y eran más o menos importantes, lo suficiente como para que te preocupe salir sin bateria pero, mira, pues bueno, que llamen en otro momento. Pero por esa tonteria también pensé que ésta no iba a ser mi semana. Ni siquiere reduje mi dosis de mala suerte a un solo día, sino que hablé de una semana entera. Por el momento todo va según lo previsto: o sea, horrible. Y solo es martes.

Además de explicitar publicamente estas lamentaciones que no creo que sirva para absolutamente nada -mentira, tengo esperanzas, no se por qué, pero las tengo, aunque no debería, porque esto no es sino otra pieza que encaja y viene a confirmar la teoría que poco a poco voy desempolvando. Capítulo 2: si piensas que vas a tener mala suerte, resortes ocultos en tu interior trabajarán para que así sea. O: cómo ser gafe.

Esto, por otro lado, es una demostración efectiva del poder de la mente -dijo furilo mientras doblaba una cuchara. Si solo supiésemos como controlarla…