Supermarket Como todos los años de mi azarosa existencia, he pasado unos días (con sus noches, aunque a veces se confundieran ambos conceptos) en Galicia. Pequeños pueblos con sus playas, sus montes, sus caminos, sus casas de comidas… y sus supermercados. Como en todos sitios, vaya.

Pero por allá da gusto entrar en un supermercado, porque la gente que trabaja allí es agradable, te responde con una sonrisa en la boca y son entrañables. En Madrid si entras en un super lo menos que puedes esperar es que te traten con desdén, que te cruces con alguien que está enfadado o con pinta de amargado, o incluso que alguien te eche la bronca por cualquier cosa.

Si el IPC tuviese un primo que midiese la felicidad de la gente, el IFG, por ejemplo, saldría que en Galicia (y en todos los sitios que no sean una ciudad inmensa, o sea, en casi toda España) la gente es más feliz que en Madrid.

¿Por qué nos gusta vivir en una ciudad hostil, cara, incómoda, contaminada, cuando en cualquier otro sitio se está más a gusto?