Interesantísimo artículo publicado en la revista Telos (recomendado hacerse con la cuidadísima versión impresa, aunque si no es posible, se agradece que también esté online al 100%: http://www.campusred.net/telos).

El artículo en cuestión está escrito por Néstor García Canclini y trata sobre las políticas audiovisuales (sobre todo cine) que tienen diferentes paises: desde el proteccionismo más hermético hasta la dificultad de articular políticas por ese mismo proteccionismo… El artículo me parece fascinante: no se queja explicitamente en ningún momento pero tiene un tono que transmite una sensación de desolación bastante importante. Habla de México, pero esa situación se puede extender con diferente grado de semejanza a distintos paises, España incluida, of course. Aquí no nos vamos a quedar sin Instituto de Cinematografía, pero el efecto de la cuota de pantalla es igual de devastador.

Es llamativo que la enorme transformación del papel del Estado en la cultura que representa quedarse sin el Instituto Mexicano de Cinematografía, sin el Centro de Capacitación Cinematográfica (IMCINE), los Estudios Churubusco, el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías, Educal (distribuidora de libros de organismos estatales, con más de 60 librerías) no surja de un debate público entre los que conocen y gestionan estos campos, ni de una evaluación de su potencialidad y deficiencias, sino de una iniciativa presupuestal. Así se suprimieron en México organismos públicos a lo largo de los años ochenta y noventa, se anularon los precios preferenciales para el envío postal de libros, se vendieron más de 200 salas estatales de cine y, ya en esta década, se quitaron incentivos a la industria editorial e inventaron impuestos para los escritores, los libros y las revistas, siempre con las excusas de austeridad y saneamiento financiero. Por no hablar de la reducción del 12,5 por ciento del tiempo fiscal en televisión al 1,25 por ciento, que ni siquiera tiene ese pretexto, y que significó desperdiciar un espacio sin costo para difusión cultural, campañas de salud y educativas.

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El Gobierno estadounidense da exenciones impositivas a las 13 compañías de ese país que controlan el 96 por ciento de la distribución y proyección, permite su concentración monopólica, coloca barreras a la entrada de filmes extranjeros y presiona a otros gobiernos, como ha ocurrido en México, para que desregulen la distribución y exhibición eliminando cuotas de pantalla y cualquier protección a las cinematografías nacionales. Sólo así pueden explicarse las cifras de las investigaciones de Enrique Sánchez Ruiz en México y Toby Miller en Estados Unidos: en este país, donde en los años sesenta del siglo XX circulaba un 10 por ciento de películas importadas, ahora todas las extranjeras no ocupan más que un 0,75 por ciento del tiempo de pantalla.

Porque el cine estadounidense es uno de los más subsidiados del mundo, esa sociedad tan multicultural es monolingüe en el cine y en gran parte del espectro mediático. Si un 12 por ciento de la población (35 millones) es hispanohablante, es curioso que los “hispanos”, que asisten en promedio a 9,9 películas anualmente, cifra mayor que la de espectadores anglo y afroamericanos, no puedan ver más que una o dos películas de España o América Latina en varios años. Los Ángeles, con 6,9 millones de hispanohablantes, dispone de sólo siete salas para cine en esta lengua, y Nueva York, con 3,8 millones de hablantes en español, no tiene ninguna dedicada a este idioma de forma permanente.

Los privilegios de la producción hollywoodense están trasladándose a varios países latinoamericanos, debido al control de la distribución y la exhibición por empresas estadounidenses, canadienses y australianas, y también mediante el procedimiento de block booking, la contratación por paquete de películas. Quiere decir que las distribuidoras, para vender, por ejemplo, El hombre araña o Matrix, obligan a las salas a comprar 30 filmes de bajo interés y calidad, y a programar sus películas durante los meses de mayor público. Si un exhibidor nacional, aunque sea tan poderoso como Cinépolis, con 1.002 salas en México, coloca filmes no estadounidenses (latinoamericanos o europeos) en las semanas preferentes, será “sancionado” por las distribuidoras de Estados Unidos privándolo de sus éxitos de taquilla.