Aquello que comenté sobre comunidad o producto (y sobre lo que me volví a enrollar en otro weblog que no era mío, ¡qué falta de educación!) también se puede aplicar a las personas.

Pongamos por caso a un sujeto N que hace bien su trabajo y le interesa lo que hace (dejaré de lado el debate de aquellos para los que su trabajo es su hobby y viceversa, que si no me voy por las ramas… ¡y aún así!).

El sujeto N hace bastante mejor y le interesa más su trabajo que a su vecino el sujeto P. Tiene más experiencia, es más espabilado, y más ágil y flexible haciendo lo que tiene que hacer y tiene mejores ideas. No es que el sujeto P sea tondo, pero si se hiciese una sesuda comparativa, el sujeto N sería mejor valorado en la mayoría de las variables estudiadas. Pongamos por caso, pues, que el sujeto N es mejor producto que el sujeto P.

Pero el sujeto N no se sabe vender tan bien como el sujeto P: no saca tanto partido de su experiencia pasada por lo que muchas de sus habilidades quedan casi escondidas; tiene menos cara y desparpajo, le importa más hacer bien las cosas aunque se tarde más, porque esa es la manera de hacerlas.

El sujeto P por el contrario tiene más cara, es más emocional que racional y acaba cayendo simpático a la gente por cómo es más que por lo que es: tiene más “contactos”, su ecosistema es más amplio y su contexto es más rico. El sujeto P tiene más comunidad que el sujeto N, aunque sea un producto inferior.

Y aunque sea un producto inferior, el sujeto P acaba siendo mejor valorado y retribuido que el sujeto N. Uno puede ser un muy buen producto, pero si no cuida su comunidad o si no consigue crear un contexto propicio en torno a si mismo y aquello que sabe hacer bien, dará un poco lo mismo, o incluso se convertirá en un problema.

Cuiden su comunidad, ¡sujetos!